Imaginemos por un momento que la vida es esa cuerda que los estibadores de los puertos pasan entre sus manos abrasadas por largos años de labor. Cada golpe de brazo arrastra una pequeña distancia de cuerda que se va colocando como una serpiente de hilo en la madeja que vamos
dejando atrás y nunca volverá. Pensemos en ese estibador que busca un nudo en su cuerda para aferrarse a el y dejarse arrastrar para poder descansar unos brazos cansados de vivir; ¿Cuantos metros le separan de ese nudo que le arrastrará a reposar del calvario de ver pasar entre sus manos uno tras otro los nudos a los que nunca se dejó atar, y hoy se le antojan todos y cada uno de ellos una quimera inalcanzable?. ¿Cuando dejamos de ser veletas que el azar maneja a su gusto y disfrute?
